Hace dos sábados, fui con mi amiga María José a por un cinnamon roll con el que llevaba fantaseando todo el mes, y espontáneamente terminamos en la feria del libro. Inevitablemente, la visita vino acompañada de su correspondiente momento de éxtasis y de la necesidad imperiosa de llevarme veinte libros nuevos a casa. Que qué bonito este, y qué interesante parece aquel, y qué curioso el de más allá… Todo siguiendo el criterio visual, claro. Para mí resulta muy difícil eso de “no juzgar un libro por su portada” porque, de hecho, me pasa más bien lo contrario (deformación profesional, supongo).
Así me ocurrió con la editorial Gallo Nero hace un par de años, cuando me topé con los libros de May Sarton. En 2021 leí “Anhelo de raíces” y me fascinó: la narración sencilla y pausada de la vida y pensamientos de una escritora en el pueblo de Nelson, Nuevo Hampshire, en los años 50. Una fantasía total. Por eso, aquel sábado en la feria del libro, de todos los que vi finalmente decidí llevarme “La casa junto al mar”, de la misma autora.
Creo que ya lo he dicho en varias ocasiones, pero lo cierto es que soy muy mala lectora. Empiezo muchos libros, pero luego me cuesta terminarlos o tardo muchísimo, y durante años me he sentido culpable y avergonzada por ello. Sin embargo, hace no mucho llegué a una conclusión que me aportó bastante tranquilidad al respecto: y es que, quizá los libros pueden ir más allá de las palabras, quizá pueden ser también acompañantes. Porque, al menos para mí, tan solo su presencia, su imagen reposando en la mesa o apoyada en la pared, ya sirve como amuleto, como una representación de aquello que anhelas o un reflejo de tu universo interior. Hablo de lo que significa el libro como objeto. ¡Eso es! Que me perdonen las personas que sí leen como es debido por la herejía. Pero, ¿y si esa es mi relación con ellos? ¿Es tan raro?
Recuerdo hace unos años una temporada que mi abuela estuvo en el hospital, en la que yo me estaba leyendo “How to not always be working”, de Marlee Grace. Lo llevaba siempre encima, en el bolso. Aunque luego en el hospital no leyera. Solo saber que el libro estaba ahí me aportaba calma y seguridad, como si se tratara de un talismán. Cuando me lo terminé, escribí a la autora para compartirlo con ella.
Con el libro de May Sarton me está pasando también lo mismo. Me lo llevo a todas partes, lo coloco en distintos puntos de la casa, para tenerlo a la vista. Lo voy leyendo a trocitos, y siento que su universo me acompaña y deja un halo especial allá donde va.
«Un amanecer sereno. He contemplado el sol bañando el estudio con una luz anaranjada y brillante, y me he sentado para atrapar la visión del disco rojo justo cuando se detenía un segundo en el borde exacto del horizonte. Hay tanto silencio alrededor que, hace un momento, cuando una ola suelta rompió en la orilla, el suave rumor me sobresaltó.»
Y yo creo que en realidad, no es casualidad que me llamara la atención este libro. Es el reflejo de la fantasía millenial: una narración de la vida en la era pre-digital, en la que el mar (o la montaña), las flores y los gatos son los principales acompañantes de una escritora introspectiva. No hace falta más que un paseo por Instagram o TikTok para darse cuenta de que esta “idealización de la realidad” no es solo cosa mía, es algo generacional. Evidentemente, cada cual tenemos nuestras preferencias, pero me es inevitable percibir un patrón en esta necesidad cada vez más popular de buscar la tranquilidad alejada del ruido de las redes sociales y de la ciudad.
Me hace acordarme de las pinturas de Carl Larsson, un artista sueco de finales del siglo XIX cuyas acuarelas retratan también esta vida de campo, familiar, y como muchos la han catalogado, “ idealizada”.
Estoy completamente segura de que esa vida, en realidad, no era en absoluto ideal. Sin embargo, Carl Larsson decidió escoger, de todo lo que compondría su compleja realidad, esos instantes y esos detalles para retratarlos. Decidió fijarse en esos momentos específicamente, en esa belleza de lo cotidiano y lo familiar para inmortalizar su punto de vista. Y es que, ¿no es así como construimos, precisamente, esa vida?
Rodearnos de todo aquello que nos inspira, como parte del contenido que consumimos día a día, comienza como un intento de tener presente todo lo que nos transmite tranquilidad, bienestar y belleza. Y es precisamente así como acabamos creando esa realidad. Y entonces, ya no importa tanto si vives en una casa junto al mar, en la montaña o en un piso de extrarradio. Porque llevas contigo esta capacidad de crear tu propio mundo, una forma de mirar.
Como siempre, gracias por leerme 🤍 Espero que esta carta pueda formar parte de aquellas cosas que te ayudan a construir la realidad que quieres vivir.
Como novedad, te cuento que… ¡el próximo fin de semana del 2-4 de junio voy a estar en las Jornadas de la Ilustración de Valencia, en el Centro Cultural La Nau! A quienes estéis por la ciudad, me encantaría veros y daros un abrazo. Estoy preparando muchas cositas especiales para la ocasión, con las que voy a intentar reflejar y potenciar precisamente esta belleza de la que hablaba 🌞 Os enseño un sneak peak de lo que estoy preparando… jiji
Ah, por cierto. También remodelé mi página web hace unos meses. Nunca dije nada porque sí, así soy: experta en invertir días (o incluso semanas) en algo y luego no compartirlo con nadie. Mi amiga experta en marketing se lleva las manos a la cabeza conmigo.
Os la dejo por aquí, porque esto también es otro tipo de paseo:
Ahora sí, ¡hasta el próximo mes! Gracias por llegar hasta aquí 🌷
Sara
Elle est fascinante ta relations aux lignes... et aux interlignes, Sara.
Me han dado muchísimas ganas de leerte ese libro.Feliz domingo Sara, como siempre es una delicia leer tus post❤️