El otro día, le dije a una amiga:
“Yo cuando tengo que ser eficiente, soy muy eficiente. Súper eficaz. Voy haciendo cosas una detrás de otra y bajo presión puedo ser súper productiva. Pero es que en realidad yo no soy así. La verdadera Sara es mucho más ‘niña libre’. A mí lo que me gusta es tener espacio para poder mirar las flores, para fijarme en lo bonita que está la luna o para cocinar, porque eso es lo que me hace tener ganas de dibujar. Y para eso hace falta espacio. Cuando tengo un poco de espacio es cuando conecto con mi yo más auténtico, con lo que de verdad me apetece hacer en cada momento. Por eso me sentó tan bien ese viaje.”
Me refería al viaje a Buenos Aires. “Mi Buenos Aires querido”, ese de los sueños lejanos y las canciones de otro tiempo. Estuvimos hace poco. Fue una aventura casi secreta, un acto de rebeldía por el que me todavía me siento medio fugitiva. En medio del deber y a pesar de todo, nos fuimos. Y menos mal, porque se convirtió en el oasis que probablemente me ha salvado este curso.
“Sometimes you have to be a little bit naughty”, decía Matilda. Y estoy totalmente de acuerdo, pero me lo tengo que repetir constantemente, porque normalmente soy mucho más “apolínea” que “dionisíaca” y creo que el mejor arte sale cuando se fusionan esas dos energías. O al menos, cuando no está tan desequilibrada la cosa.
Fue un viaje maravilloso. Nos picaron mucho los mosquitos, porque allí era verano. Comimos empanadas, milanesa, alfajores y tomamos vino Malbec. Vi a mis amigos casarse (para eso íbamos) y me enamoré aún más, si cabe, de esa tierra tan lejana pero tan cercana al mismo tiempo. Me costó unos días poder bajarle el volumen a mi cabeza, porque no es fácil cuando llevas una velocidad vertiginosa, pero conseguí relajarme, menos mal, y experimentar en el cuerpo lo que estaba entrando por mis sentidos esos días. Aunque eso también vino con un poco de incomodidad — cuando vives tanto en tu mente y de repente bajas a la “realidad”, puedes encontrarte con emociones que no esperabas. Pasar del invierno al verano de golpe y verme en el espejo produjo unos cuantos cortocircuitos, pero de eso ya hablaremos en otra ocasión.
Me quedo con el café Tortoni y el rincón dedicado a Alfonsina Storni (la de Alfonsina y el mar, que tanto le gustaba a mi abuelo), los paseos fascinada desde el “auto” y la felicidad tan genuina y tan difícil de repetir. Eso es lo que me salva, lo que nos salva.
Y esta está siendo últimamente mi vida, un constante vaivén entre subidas y bajadas que solo de vez en cuando me deja tiempo para pararme a mirar el paisaje. A veces me pregunto si ya va a ser siempre así. Porque llevo años quejándome del ajetreo, que no me gusta, pero este año está siendo otro nivel. Me siento desconectada de mí misma, muy lejos de mis dibujos, que últimamente apenas puedo hacer. Mis amigos empiezan a echarme un poco en falta, porque cada vez soy más “cara” de ver. Me repito a mí misma que es una temporada, mientras le bajo el volumen a esa vocecita que me cuestiona si no será más que una temporada.
Menos mal que entre tanto ruido, mi pequeña poeta interior se rebela entre bastidores y de vez en cuando escucho música que me hace llorar. Me voy guardando poco a poco en Instagram un montón de imágenes que me gustan o que me transmiten paz, y sin darme cuenta de repente tengo un jardín visual al que escaparme. Como si mi sensibilidad fuera construyendo en silencio una especie de regalo inconsciente que un día me encuentro en el móvil. El otro día también rescaté los joyeros de mi madre y me puse a mirar, uno por uno, todos los pendientes y collares que tenía guardados. Tocarlos y sacarlos a la luz fue como trascender la distancia temporal, a la vez que me hizo sentirme triste y echarla de menos, como siempre que me pongo a rebuscar un poco ahí dentro. Pero lo hago aposta, porque es la forma que tengo de bajarle el volumen a mi mente organizadora y decirle que me deje bailar un poco.
Y eso es lo que intento, también, con esta newsletter. No sé si lo consigo, pero trato de expresar con palabras ese mundo interior al que me escapo para huir de la rutina, como dando un paseo (mi Paseo) para ver si a alguien más le sirve para escaparse. Es un intento de racionalizar lo que me gusta de la vida, que no es fácil porque la mayoría de veces es algo abstracto y difícil de definir. A pesar de todo, creo que es universal y que los viajes, el amor y la magia son lo que nos salva a todos, aunque tenga un aspecto diferente para cada persona.
I hate it here so I will go to
secret gardens in my mind
People need a key to get to
The only one is mine.
La culpa de todo la tiene Taylor Swift.
Gracias por leerme hasta aquí. Quizás esta carta ha sido un poco caótica, pero espero que haya podido ser un lugar bonito en el que entrar.
Nos vemos el mes que viene ✨
Sara
❤️ Qué bonito Sara, me ha encantado :)
Me ha encantado tu reflexión. Conforme te leía, tenía la canción de Taylor en mi mente. ❤️